Día viernes y cae la noche sobre La Serena. La gente sale de sus trabajos, los estudiantes culminan la semana y todos buscan distraerse. Tomar un trago, tal vez, compartir un momento agradable con los amigos es lo que la mayoría quiere. Y qué mejor lugar para hacerlo que el centro de la ciudad. Claro, es lo más cercano, y la oferta es variada: comida, bebestibles, centros de baile y más.
Sin embargo, no es tan perfecto como parece. De hecho, está muy lejos de serlo. Y es que desde hace algunos años los propios locatarios de este sector de la ciudad que otrora fuera el más seguro y concurrido epicentro de entretención, vienen denunciando que la delincuencia está ganando la batalla y que los hechos de violencia se suceden uno tras otro, pese al esfuerzo policial. Todo esto, según aseguran, propiciado, además del excesivo consumo de alcohol, por un ilícito que habría irrumpido sin piedad y que se ramifica como un maligno cáncer prácticamente por todo el casco histórico: El microtráfico de pasta base.
Quisimos corroborar in situ esta situación. ¿Efectivamente el centro de la ciudad se ha convertido en el lugar por excelencia para el consumo y la venta de estas sustancias? Para encontrar respuestas nos internamos en el submundode la noche serenense. Durante un fin de semana recorrimos las calles donde, de acuerdo a antecedentes recopilados con anterioridad, el microtráfico se da con mayor frecuencia y fuimos testigos de una realidad preocupante a la que, hasta ahora, nadie ha podido poner freno.
CUANDO CAE LA NOCHE, CARA A CARA CON LA PASTA. Pasadas las 20:00 horas, lentamente comienza el movimiento. Sí, tal como dijimos al inicio, es viernes y aunque en el centro este día es menos concurrido que los días sábados, igualmente a medida que va avanzando la noche se colma de personas, principalmente jóvenes y adultos jóvenes que entran y salen de los locales.
Cuando llegan las 10 de la noche ya se puede ver a más de alguien pasado de copas. Pero nada grave, por el momento. No hay desórdenes, ni disturbios en la vía pública.
Todo parece calmo en calle O´Higgins mientras avanzamos en dirección a la Avenida Francisco de Aguirre. Sin embargo, al llegar a la intersección con Eduardo de La Barra, sin siquiera preguntar tenemos nuestro primer encuentro cara a cara con el microtráfico. Viniendo desde esa arteria, dos sujetos se acercan y cuando los tenemos en frente uno de ellos saca la mano derecha de su bolsillo, la abre y exhibe una cantidad indeterminada de dosis de pasta base envuelta en hojas de cuaderno comunes y corrientes. “A dos lucas el papelillo, rey”, susurra, despacio mientras nos mira impaciente esperando una respuesta. “No maestro, a la vuelta”, respondemos, en el mismo tono, con algo de nerviosismo.
Ante la negativa siguen su camino. No sabemos hacia dónde, simplemente se van sin decir nada, raudos. Más tarde, los volveremos a encontrar en la misma esquina, buscando eventuales clientes. Y sí, los encuentran sin mayor dificultad.
Y es que es sumamente fácil toparse tanto con compradores como con vendedores. De hecho, cuando ya son casi las 23:00, en el lapso de una hora, recibimos tres ofrecimientos de droga por parte de individuos que nos abordaron espontáneamente. A esas alturas no cuesta demasiado darse cuenta de quiénes se dedican al microtráfico, las transacciones se pueden ver a simple vista y pareciera ser que quienes se dedican al mercado de la droga le han perdido totalmente el miedo a la autoridad.
Incluso, cuando pasa una patrulla policial no se ocultan ni mucho menos. Sólo se quedan quietos, reposan sobre la pared y siguen al vehículo con la mirada hasta que se pierde en el horizonte. En ese momento, no pasa demasiado tiempo para que continúen con el “negocio”.
CLAUDIA Y “LA PATRONA”. “Uno de los sectores más complejos en términos de consumo y también de venta de drogas en el centro es calle Domeyko”. Aquello fue lo que nos aseveróel Coordinador del Plan Microtráfico Cero de la PDI, el subcomisario Roberto Monsalve, y así lo pudimos corroborar.
Esta vez fuimos nosotros los que tomamos la iniciativa. Nos acercamos a un grupo de individuos que se encontraba consumiendo tanto marihuana como pasta base. Para resguardarnos, previamente tomamos contacto con un hombre cuya identidad por su seguridad no será develada para protegerlo, quien nos acompañó durante la noche e hizo de nexo con estas personas, dos mujeres y un hombre.
Al principio nos miran con desconfianza, pero saben que la transacción debe ser rápida y no hay tiempo para cuestionamientos.
“Cuántos vai a querer”, dice la mujer más grande, de cuerpo robusto, quien parece ser la líder del grupo, mientras introduce una de sus manos en su bolsillo para sacar la mercancía. “¿A cuánto?”, respondemos nosotros, casi por inercia. “Pero cuánto querí”, insiste ella, tratando de apurar el trámite.
Ante nuestro silencio, arremete con la oferta. “Te doy dos por cinco lucas”, afirma, convencida, sin quitarnos la mirada y en ese momento interviene nuestro “guardián”, el mismo que nos había hecho el nexo y transan los dos papelillos. Luego de ello, se alejan.
Sin embargo, algo sucede en la esquina de la intersección con calle Balmaceda. La mujer que nos vendió la droga forcejea con el sujeto que las acompañaba mientras la otra joven les grita que se separen.
No le hacen caso, es más, la ignoran, por lo que decide separarse de ellos y volver al lugar donde la habíamos encontrado junto a sus amigos a quienes sin importarles lo que ella hiciera se fueron por la calle en dirección norte, sin dejar de discutir.
La llamaremos “Claudia”. Cuando llega al lado nuestro, todavía en Domeyko, se sienta, sin decir nada. Saca algo parecido a una pipa y un encendedor. Abre un papelillo y mezclando su contenido con cenizas de cigarro elabora la pócima que, por un par de segundos, la hará olvidar, quién sabe qué cosa.
Vemos su trance. Inhala profundo y su mirada se pierde en esa noche que parece tan indefensa pero que guarda secretos como los suyos que se ocultan tras la adicción y la delincuencia, allí, en el centro de la ciudad de los campanarios.
De un momento a otro “Claudia” retorna de los efectos de la pasta. Nos mira de reojo y sin que le preguntemos rompe el silencio con su historia. “’La ‘patrona’ es así”, dice, en alusión a la mujer robusta que peleaba con el sujeto. “Siempre pelean con este otro cuando andan con hueá, y lo malo es que la mina se pone violenta y le pone sus cortes nomás, no se mide. Por eso yo prefiero virar si veo que se pone fea la cosa”, agrega, al tiempo que prepara una segunda dosis, un segundo viaje.
Da a entender que quiere dejar el mundo de la droga. Tiene 23 años, pero su aspecto denota mucho más edad. Según confidencia, ha intentado alejarse de los vicios pero siempre vuelve por alguna razón. “Estuve como cuatro meses viviendo con una tía que tengo acá en La Serena, pero llegó su hija y yo a esa mina no la paso, así que me volví a juntar con ‘La patrona’. Esa fue la peorhueá porque la loca anda todo el día fumá y una igual cae, si igual es débil”, agrega la joven hasta que detiene su relato y nos emplaza. “¿Y qué volá voh?, no te cachó. ¿Soy de acá o andai puro cuenteando?”.
Salimos del paso gracias a nuestro “guardián”, quien rápidamente, sin responder se levanta y dice que nos tenemos que ir. “Claudia” se queda, nos voltea la mirada y sigue consumiendo la sustancia, consumiendo su vida.
“LA ISLA”, PUNTO DE ENCUENTRO. En el pequeño bandejón que existe entre las calles Cienfuegos y O’Higgins siempre hay alguien que tiene algo que ofrecer.
Nos paramos en frente por varios minutos –siempre acompañados de nuestro “guardián”- y vemos cómo los clientes vienen y van.
Y los vendedores también van cambiando. Cuando llegamos, un sujeto de polerón azul con capucha parecía el amo y señor de esa pequeña isla donde en la madrugada reina el microtráfico. Sin embargo, al llegar aproximadamente las 02:00 am hay “cambio de turno”. Entra en juego un sujeto moreno alto, que lleva puesto un chaleco como el que usan los cuidadores de autos del sector.
A él nos acercamos, dejando claro que sólo queremos saber cuánto cuesta el papelillo y lo revela sin mayores inconvenientes. “Son seis por 10 mil, mejor dónde”, dice, casi sin mirarnos. “Voy a andar hasta las cuatro por acá”, agrega y sigue caminando entre los automóviles que se encuentran estacionados cerca, siempre atento ante una eventual llegada de Carabineros, y, por supuesto, frente al arribo de algún consumidor.
PRECIOS VARIADOS. En este punto nos surge la interrogante. ¿Por qué varía el precio de la dosis? Se lo consultamos a nuestro “guardián”, y asegura que se debe sólo a las circunstancias.
“Depende de la persona, el cliente o del lugar en el que esté vendiendo. A ti como no te conoce y se cacha que no andai en esta te pueden sacar hasta cinco lucas por un papelillo”, nos comenta de manera certera. Claro, más tarde desde la PDI nos aseverarían exactamente lo mismo.
CUIDADORES DE AUTOS EN LA MIRA. La policía nos lo había advertido previamente y lo corroboramos: Efectivamente algunos cuidadores de automóviles que trabajan durante la noche estarían involucrados en el microtráfico. Y es que el caso del sujeto del bandejón no es aislado. Al bajar desde Balmaceda por Eduardo de La Barra, vemos al menos a dos personas transando con individuos que piden propina por cuidar los vehículos y que visten con el tradicional chaleco naranjo, aunque de acuerdo a información policial, la mayoría de ellos serían más bien consumidores y sólo comercializan la pasta base eventualmente.
Pero también hay quienes operan como captadores de clientes, sin portar la droga. Con este sistema de venta nos encontramos en las cercanías de la Plaza Tenri, frente al Liceo Gabriela Mistral. Allí, “Juan”, un hombre extremadamente delgado de unos 40 años hace las veces de cuidador de autos, pero su labor fundamental es la otra.
Al vernos caminar por el sector se acerca de inmediato y hace la oferta, que es la misma que el sujeto del bandejón, seis papelillos por 10 mil pesos. “Pero tiene que acompañarme donde el socio allá, o me pasa la plata a mí”, dice, apuntando a otro individuo que se encuentra sentado en un banco del lugar, con las manos en los bolsillos, al acecho.
Espera por algunos segundos la respuesta y en ese intertanto saca un papelillo y nos muestra la sustancia. “Mire la calidad y es harto”, asegura. En ese momento, le decimos que él mismo nos venda la dosis, sin embargo se niega rotundamente. “Yo no vendo, esta es mía”, afirma de inmediato y se marcha al ver que otro eventual cliente se aproxima.
CAPTANDO CONSUMIDORES, EL TRAYECTO RUMBO A LA SUSTANCIA. Volvemos a calle O’Higgins. Ya son cerca de las 03:00 de la madrugada y el ambiente está enrarecido. Minutos antes un par de individuos se había trenzado a golpes en las afueras del local Matusalén y todavía se percibía un clima de violencia, la que ciertamente se ve exacerbada por el consumo de drogas y alcohol.
La pasta base sigue moviéndose de mano en mano. Pero, ¿qué pasa al interior de los locales nocturnos?, ¿Hay venta de drogas, o consumo? Ingresamos a los pubs y lo cierto es que en algunos, solapadamente se puede ver a jóvenes fumando marihuana. No se advierte a nadie vendiendo o consumiendo pasta base. Sin embargo, cuando ya nos retirábamos de uno de los más conocidos recintos bohemios serenenses, en el baño, escuchamos a un hombre ofreciendo la droga a otro sujeto. “Allá arriba está la mano. Pero hay que subir, si la hacemos corta”, le dice, aunque no logra convencerlo.
Nos acercamos al vendedor y le decimos que andamos en busca de pasta base. Nuestro “guardián” lo conoce y el sujeto no desconfía cuando le consultamos cómo es el sistema de venta que utilizan. Claro, ellos no portan la sustancia, solamente la promocionan y venden una cantidad mayor a la que se comercializa en el centro de la ciudad, evidentemente, a un precio mayor. “Sale a 10 lucas ‘la empanada’ (pequeña bolsa de plástico con la droga) con el viaje incluido, porque tenemos que ir a buscarla allá a la Antena”, dice el individuo.
La labor que realiza el hombre no es aislada. Según indicaron desde la PDI, es habitual que dentro de los locales los sujetos busquen a potenciales consumidores para luego llevarlos en la locomoción colectiva hasta el sector de La Antena donde venden la droga en bolsas plásticas conocidas como empanadas. Incluso, el sujeto que nos ofrece la droga se jacta que a él lo conocen todos los colectiveros y que cuando se sube, los choferes suelen apurarse más en eltrayecto.
“Todos cachan en la que andamos y tienen que puro apurarse en llegar a la ‘farmacia’”, comenta el individuo cuya oferta finalmente rechazamos. No hay problema, de todas formas, si de verdad fuésemos consumidores, sabemos que saliendo del pub, no tendremos problema en encontrar a alguien que nos ponga a disposición una de las drogas más adictivas que se comercializan en Chile y que se ha tomado el hoy por hoy inseguro centro de la ciudad: La pasta base.
UNA SOLUCIÓN LEJANA, PERDIENDO LA BATALLA. Tal como lo pudimos corroborar en terreno, el consumo y venta de la sustancia parece haberse salido de control. Así lo admite desde la PDI el coordinador del programa Microtráfico Cero, Roberto Monsalve.
Sin embargo, afirma que ellos continúan dando la pelea y actualmente llevan a cabo varias investigaciones en el sector. “Se han detenido personas, incautado droga, también armas de fuego en determinadas oportunidades. Además tenemos a gente identificada y estamos desarrollando investigaciones y seguimientos. Esto, en definitiva ejemplifica que el trabajo se está realizando. Ahora, en cuanto a erradicar el microtráfico, eso ya son palabras mayores y no depende sólo de nosotros”, indica Monsalve.
COLECTIVEROS Y CUIDADORES DE AUTOS EN LA MIRA. El policía reconoce varios modus operandi en la venta de la droga, incluido el que nos encontramos en el conocido pub donde un individuo ofreció llevarnos hasta el sector de La Antena en la locomoción colectiva en busca de “una empanada” de pasta base.
En este punto, enfatiza en que los colectiveros que llevan a estos sujetos también están infringiendo la ley.
“Es algo que está en carpeta hace bastante tiempo y tenemos individualizadas a un par de personas que hacen lo que se conoce como ‘pilotear’. Es decir, ofrecen y son intermediarios entre el comprador y el consumidor. Aquí hay que aclarar también que los colectiveros que llevan a estas personas se arriesgan incluso a perder su vehículo porque se está prestando como medio de transporte de droga”, argumentó.
En relación a los cuidadores de autos, Monsalve manifestó que son un grupo complejo en términos policiales. “Hay que tener en cuenta que la gran mayoría vive en situación de calle y son consumidores. Algunos venden, pero sólo eventualmente, y el consumo es sólo una falta. Además, estas personas tratan de proteger su fuente de adicción y cuidan a los que de verdad son vendedores permanentes, alertándolos de la presencia policial y en definitiva encubriéndolos”.
LOS MISMOS DE SIEMPRE. Pero, ¿por qué si la mayoría de los individuos están identificados, tanto por la policía como por los locatarios, continúan traficando? Lo cierto es que desde la PDI, aseguran que ellos se limitan a efectuar las detenciones durante los procedimientos, pero lo que pase después no depende de ellos, sino de otras instituciones a las cuales no pueden referirse.
“Es cierto, se conoce quienes son los microtraficantes. En ese sentido para nosotros las cámaras de seguridad han sido un aporte y se han logrado desarrollar procedimientos gracias a estos sistemas de trabajo, donde ya hemos pasado a varios detenidos, pero la mayoría sale libre. Eso es una realidad y como policía no tenemos mucho qué hacer”, indica Monsalve.
Con respecto a lo anterior, el fiscal regional Adrián Vega, explicó que muchas que los microtraficantes conocen la ley y se cuidan de no portar una cantidad de droga que pueda acreditar que se encuentran cometiendo el delito, por lo que pasan sólo como consumidores y no quedan con medidas cautelares mayores como la prisión preventiva luego de ser detenidos.
“En estos casos a las personas se les detiene sólo por el porte para consumir, sabemos que esas personas también trafican pero no tenemos evidencia de que lo estén haciendo en el momento en que son detenidos, porque ellos andan con tan poca droga que no da para acusarlos de microtráfico. Lo que pasa es quesaben con cuánto pueden andar. Si en un control, a una persona se le sorprende con cinco papelillos de pasta base, pero el resto lo tiene escondido y no se sabe dónde, no hay elemento probatorio”, sostiene el jefe del Ministerio Público.
CARABINEROS PRIORIZA HECHOS MÁS GRAVES. Desde Carabineros aseguran que el trabajo de fiscalización para evitar el comercio de drogas en el centro se ha intensificado, y que ha disminuido gracias a los patrullajes extraordinarios que se realizan los fines de semana.
Consultado por la utilidad de las cámaras de seguridad y si las están monitoreando constantemente para acudir en caso de percatarse de que se está produciendo la venta, el prefecto de Coquimbo Luis Carrera, manifestó que sí, pero que la mayoría de las veces deben priorizar otros asuntos donde alguna persona está corriendo riesgo.
“Hay cámaras y en ocasiones se han tomado en consideración para ir al lugar y hacer los registros a las personas. Pero lamentablemente los hechos policiales que están ocurriendo no son uno, sino que varios, por lo que hay que poner en la balanza si vamos a hacer un amplio despliegue para sacar un fumón de la vía pública, o vamos a una riña donde está corriendo riesgo la vida de una persona. Obviamente que vamos al segundo caso”, precisó Carrera.
MÁS QUE VIGILANCIA, UN PROBLEMA DE FONDO. Pero todos coinciden en algo. El problema de fondo, más que la vigilancia y las condenas para quienes comercializan la droga, está en la existencia de consumidores, muchos de los cualeshan intentado salir de este nocivo mundo.
Sin embargo, según advierten desde Senda (Servicio Nacional Para la Prevención y el Consumo de Alcohol y Drogas) las cifras indican que el consumo de pasta base es una de las drogas con mayor prevalencia en el país.
“El año pasado el 39% de las llamadas que recibimos en el fono drogas fue por problemas asociados a la pasta base, superando por lejos a la marihuana y a la cocaína. Y también hay que decir que en los centros de rehabilitación, la gran mayoría de los pacientes llegan por el consumo de esta droga, eso habla de lo masificada que está la sustancia, fundamentalmente en la población joven, y evidentemente esto lleva a que haya tráfico”, manifestó la directora regional de la entidad, Fernanda Alvarado.
Ella está consciente de que la solución definitiva al problema del microtráfico, es una sola. “La única forma de terminar con los traficantes, es evitar que las personas lleguen a caer en la droga. Y esa no es responsabilidad de Senda, ni de Carabineros, y ni de la PDI, es responsabilidad de la sociedad en su conjunto con un trabajo que se debe hacer a largo plazo”, expresó Alvarado.
Y es que la solución no es inmediata y eso todos lo tienen claro. Todos, incluso los microtraficantes que conocimos durante la noche serenense quienes son los únicos que se benefician de este flagelo que sigue agudizando la delincuencia, y más aún, destrozando vidas.
APOSTANDO A LA IMPLEMENTACIÓN. La encargada regional de Seguridad Pública Catalina Guzmán, también reconoce que la situación es compleja, pero apuesta a que cuando en el mes de septiembre esté operativa la nueva implementación de seguridad para el centro, esto va a ir disminuyendo.
“La policía está haciendo un trabajo obviamente silencioso y a través del plan de seguridad de La Serena estamos abordando todos los problemas que son del centro, dentro de eso está la iluminación, las dos casetas de seguridad con guardias y también las nuevas cámaras que esperamos contribuyan a que las personas que están traficando se vayan del centro. Todos estos implementos deberían estar funcionado en el mes de septiembre cuando se produce un arribo importante de turistas”, indicó Guzmán.
Por otro lado, manifestó que Carabineros está empadronando a todos los cuidadores de autos ya que se sabe del vínculo que mantienen con el microtráfico.